ebook
ISBN
978-607-7963-20-2
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papel
ISBN
978-607-7963-16-5
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COMENTARIO
La isla y otros
cuentos
presenta una
amalgama de
situaciones
dentro de un
mundo de seres
marginados tanto
por el gobierno
como por su
propia historia.
Esta obra
envuelve una
poderosa crítica
social y humana.
Los temas
fundamentales
son la
homosexualidad,
la corrupción
política, las
drogas, los
males sociales,
la cotidianidad
de personajes
que tratan de
sobrevivir a un
statu quo
imperante, y un
sistema colonial
en pleno siglo
XXI.
La isla y
otros cuentos
ha sido elegido
como libro de
texto de
enseñanza media
y superior por
el
gobierno de
Puerto Rico.
SOBRE EL AUTOR
El
puertorriqueño
Iván Segarra
Báez es poeta,
novelista,
cuentista y
ensayista,
maestro de artes
con especialidad
en español y
maestro en
educación con
especialidad en
educación
especial. Actualmente
es parte del
cuerpo académico
de la
Universidad
Metropolitana de
Puerto Rico.
Ha publicado los
libros de poemas
Candela
(1997), Entre
tu cuerpo y mi
alma (2000),
Hay veces que
llora el mar
(2001), El
huerto de los
salmos
(2003) y Ante
la luz de un
amor prohibido
(2005); las
novelas El
guardián de la
lujuria
(2002) y La
república del
generalísimo
(2004), y el
ensayo El
lenguaje
bicameral de la
palabra
(2008). Fue
finalista del
Primer Concurso
Latinoamericano
de Poesía y
Cuento en Perú
2012, realizado
por la
prestigiosa
revista El
Parnaso del
Nuevo Mundo,
con
el poema Viejo y
solo Walt
Whitman, y de la
4ª Convocatoria
de Novela,
Relato y Poesía
2012, auspiciada
por la editorial
Editnovel de
España, con su
novela Puerto
Esperanza.
ÍNDICE
Hacia una
lectura de La
isla y otros
cuentos, 9
El Morro, 17
El poder del
colonizador, 23
Las damas
cívicas, 27
Cecilia, 31
La isla, 37
Tres viejos en
un portón, 43
La Tierra del
Nunca Jamás, 47
El hombre que se
transformó en
león, 51
Mrs. Pinky
Doyles y Mr.
Black Boy, 55
La esclava, 61
FRAGMENTO
La isla
I
La isla es como una migaja
de pan sobre un mantel azul
o verdinegro. Los habitantes
sufren mucho. Todos los
precios están por las nubes.
Nadie puede atraparlos. Las
cosas empezaron mal desde el
inicio. Desde que los
pitiyanquis en 1898
intentaron entrar por
Aguadilla, y terminaron
haciéndolo por Guánica. La
isla se fue trasformando
lentamente, con el correr
del tiempo, en un Van Gogh,
en un Velázquez, en un Goya;
y cuando no soportó más, se
transformó en un Picasso que
nadie ve ni oye.
No fue hasta el amanecer de
la conciencia cuando llegó
el primero. Van Gogh
pavimentó las calles,
realizó las primeras
urbanizaciones, levantó los
primeros puentes e hizo los
primeros hospitales de la
Cruz Roja Americana
Internacional. Van Gogh
gritaba, y todo el mundo
escuchaba su alarido de
león en la selva. Lo que
nadie puede negar es la gran
obra que hizo el primer Van
Gogh. Lo único que no le
quedó bien fue el statu quo
que pintó en la capital de
la isla. Desde el púlpito de
las trincheras muchos le
gritaron: “¡Vende patria!
Luego llegó el segundo: el
Velázquez. Destronó al Van
Gogh y repartió agua de coco
a todos los habitantes de la
isla, para calmar la sed y
anunciar un nuevo sistema de
acorralamiento y de opresión
incomprensible. Velázquez
construyó un expreso de un
extremo al otro de la isla.
Velázquez trató de pintar un
nuevo Retablo mayor de
Santo Domingo el Antiguo
por toda la capital desierta,
pero no pudo, porque los
lugareños no sabían nada de
pintura, y, como los indios,
no eran expertos en las
técnicas politiqueras de la
nación.
—Este pueblo se merece algo
mejor de lo que tiene.
—¿A qué se refiere,
gobernador?
—Me refiero a una nueva
dinastía.
—Pero, ¿qué hay de malo con
la que tenemos?
—No me gusta. Tengo que
hacerme rico y no puedo.
Túmbate un par de cocos y
dáselos al pueblo, así
ganaremos unos cuantos
votos más.
—Lo que usted diga, pero
recuerde que las elecciones
están cerca y hay que
ganarlas.
—Sí, ya lo sé, mi mujer me
lo recuerda todos los días
después de desayunar.
Los habitantes,
descamisados, desnudos,
muertos de frío y
desconocedores de las
tácticas politiqueras, le
dieron el voto sin saber
que años más tarde ese voto
les saldría muy caro. Todo
estuvo bien hasta que el
agua de coco duró. Luego,
todo se hizo cáscaras de
cocos sin ninguna salida, y
volvieron a caer en crisis.
Desde el barandal, el
gobernador pensó que las
crisis son buenas porque
ayudan a los pueblo a
reinventarse. Pero algunos
pueblos no pueden
reinventarse solos, y menos
cuando son intervenidos.
II
Con Goya llegó La adoración
del nombre Dios, La gallina
ciega y San Isidro, pues
todos los habitantes
pensaron que Goya los iba a
salvar, y lo que hizo fue
vender la telefónica,
levantar a Fortunata y
quebrar los huesos de lo
poco que quedaba de pie y
tambaleándose.
—Señor, un nuevo comunicado
nos llega de España.
—¿Qué dice? Léelo rápido que
tengo que venderla.
—Aceptan su propuesta si
ellos también participan del
tumbe; de lo contrario, no
cuente con ellos.
—Corre, llama al comisionado
residente y dile que me diga
cómo están las cosas por
allá, en la Casa Blanca,
cuándo es el mejor momento
para dar el próximo tumbe.
—Como usted diga.
Así, la tierra flotante se
fue hundiendo en ese mar de
melcocha y de adulaciones
personales. Uno era peor que
el otro. El agua de coco
casi se agotó, y la poca que
quedaba se hizo rancia. Los
pavos estaban muy caros y el
agua de coco no se puede
beber. Los de derecha
comenzaron a pintar a toda
la raza de blanco. Los
indios, los negros, los
jabaos y los grifitos no son
aceptados en los anales de
la historia del país. Por el
contrario, los de izquierda
sostenían que la historia
hay que cambiarla por los
vaivenes de la civilización
americana. Una nueva
historia hay que escribir
con base americana.
III
Cuando Picasso llegó, casi
no había comunidades especiales.
Había que eliminar las que
quedaban, una por una.
Picasso sólo pensaba en
privatizar, privatizar,
privatizar.
El primer enfrentamiento fue
cuando los blancos y los
negros, los rojos y los
azules, los verdes y los no
tan verdes
se peleaban por entrar a la
capilla de la corrupción en
la
loma de los vientos. “Quien
hace la ley hace la trampa.”
Mientras unos peleaban
contra los otros, Picasso se
reía
de su pueblo en la gran
fortaleza de las palomas.
Los ricos
eran más ricos, y los
pobres, ¡ay, bendito!, más
pobres
cada día. El subsidio del
gobierno federal compraba
las
conciencias más débiles. La
patria se había perdido para
siempre. La patria era un
cliché de campaña en todos
los
autos del nuevo monarca. Por
donde quiera se leían consignas politiqueras: “¡Vende
la patria y vive del Tío
Sam!”.
Algunas veces las estaciones
del tiempo pasan tan rápido
que los lugareños no ven los
cambios a su alrededor.
Picasso había decidido
privatizarlo todo: la madre,
el padre, los abuelos; en
fin, todo; para así poder
venderlo todo. El pueblo se
oponía, pero no podía contra
el Supertubo, la Ley Siete
y el Megapuerto, que no
sirvió de nada, como el
Acuaexpreso.
—Gobernador, lo llaman de
Radio Prensa.
—Sí, lo dejaremos caer todo
y luego lo privatizaremos
para nosotros mismos. Cuando
el pueblo se entere ya será
demasiado tarde para
recuperarlo.
—La gente dice que no está
complacida.
—Eso no es importante; lo
que importa son los chavos
y cuánto cuesta la
credibilidad del poder
político.
Los lugareños volvieron a
caer presos del más alto.
Las cosas, cuando se miran
con detenimiento, presentan
diversas dimensiones no
antes vistas. Así son las
cosas de
la política. Lo más
transparente es lo más
oscuro y viceversa. Ningún político se
escapa de la vieja y gorda
Blanca Nieves de la corrupción.
Picasso había dejado un
Guernica sin cura, un rabo
de lodo y vergüenza, donde
la criminalidad y los
asesinatos se incrementan,
a diestra y siniestra, por
toda la isla.
Las cosas de la isla van
despacio, como una tortuga
que no desea llegar a la
meta. Picasso lanza
consignas para revalidar su
discurso. Los lugareños,
incrédulos por toda la
opresión y todo el daño,
están cansados de sus
discursos y de la nueva
dinastía de jergas
politiqueras. Entonces, la
isla se levanta, y todo
queda como un juego de niñas
en el patio de la
conciencia: “Un pasito
pa’lante, y otro para atrás,
y dando la vuelta, y dando
la vuelta, ¿quién se
quedará?”…